ESPACIOS DE ARTE, FEBRERO, TITÁN, SINFONÍA N.1 DE GUSTAV MALHER

Titán, Sinfonía N.1 de Gustav Malher
Del 09 de febrero al 02 de marzo 2018
Salas Hermenegildo Bustos y  Polivalente
Evento inaugural 08 de febrero a las 18:00 hrs.

Horarios de Salas: 10:00 a 14:00 y de 15:00 a 18:00 hrs.

Manel Pujol Baladas
Curaduría: Gloria Maldonado Ansó

Manel Pujol  y la pintura del sentimiento
Por Gloria Maldonado Ansó
Manel Pujol Baladas nació en Vic, Cataluña, en 1947. Muy pronto mostró habilidades para el arte y supo que ese era el terreno en el que se sentía feliz y seguro. Su padre presumía el talento de su hijo pero tenía otras expectativas, anhelaba que fuera ingeniero naval. Manel Pujol tuvo entonces que enfrentarse a la oposición paterna, obstáculo que lo llevó a afirmar su pasión y a forjar su carácter. Estudió arte y diseño gráfico en la Escola Massana de Barcelona, en donde fue contratado como profesor auxiliar a los 17 años. El joven artista aceptó el reto de independizarse, ante la negativa de su padre de apoyarlo en el camino de las artes, sublevándose así contra la autoridad paterna y contra las rígidas convenciones sociales de la España gobernada por el dictador Francisco Franco. 

Intentó independizarse y se dedicó a la pintura de caballete. En 1970 conoció a Salvador Dalí; a partir de ese momento nació una colaboración que se prolongaría durante diez años entre M Pujol Baladas y el extravagante surrealista catalán. Se convirtió en una aventura insólita y teñida de claroscuros dada la controvertida personalidad de Dalí, de su esposa y musa Gala, así como de los miembros de su entorno íntimo. Manel Pujol mantuvo una relación cotidiana y profesional con la mítica pareja. Si bien las posturas políticas y los lenguajes de Dalí y de Pujol eran distintos, esta experiencia lo ayudó a crecer y descubrirse, así como a encontrar una forma de expresión personal. El  “Ávida Dollars” de Gala, su insaciable sed de dinero,  su injerencia en la creación del personaje Dalí, contribuyeron a provocar una distancia espiritual entre ambos creadores y finalmente a la ruptura en 1981.

El vínculo de Manel Pujol, con grandes figuras como Joan Miró, Antoni Tàpies, Salvador Dalí, Pablo Picasso, Albert Rafols Casamada, ese diálogo temprano con el arte, determinaron su formación. Estos personajes de primera línea resultaron modelos a seguir. Influyeron en él para agudizar la mirada sobre el mundo y la cultura, fue un aprendizaje que iba mucho más allá de enseñanzas estrictamente artísticas.

Es en los lenguajes del expresionismo abstracto y del informalismo en los que Manel Pujol se expresa y afirma decididamente, si bien encuentra su propia  vía personal y distintiva. 

El arte abstracto se abrió camino en España frente a un régimen que debía abandonar parte de su discurso fascista para sobrevivir en el contexto mundial.  Representaba una modernidad aclamada en exposiciones internacionales. Al mismo tiempo se ligaba a la poderosa tradición pictórica española con firmas como Velázquez y Goya. 

Desde 1977, Manel Pujol ha participado en más de 80 exposiciones individuales en México, El Salvador, Puerto Rico, España, Suecia, Francia y E.U.A. Ha colaborado con diversas galerías y su obra forma parte de importantes colecciones públicas y privadas.

En 1992 realizó la Suite Olímpica “Homenaje a las Subsedes Olímpicas Barcelona 92” la cual pertenece a la exhibición permanente en los Museos Olímpicos de Barcelona y Lausanne desde entonces. Pocos años después, tras haber vivido en Colombia, llega a México movido por una relación amorosa que marcó su destino desde hace dos décadas.  En 1997 es invitado por PEMEX a presentar una exposición y a partir del año siguiente radica en la capital.

En este país se reinventa como artista y como persona. Considera que abrirse brecha en México resulta meritorio pues es un territorio de grandes creadores, generoso para quien trabaja y se compromete.

Antes de su aventura mexicana, la música ya había dejado una impronta indeleble en su obra. Al principio se ocupó del universo musical, de los instrumentos, de su estructura y sonoridad, del aspecto escénico. Posteriormente cambia el lenguaje para hablar del ámbito subjetivo. Expresa así lo que la partitura y las notas producen en sus emociones y en su fisiología. Y eso es tan cierto que  el puro hecho de hablar de la música y de su obra transforma notoriamente la expresión corporal de Manel Pujol. Para él la pintura es una forma de comunicarse consigo mismo y después con los demás, como le ocurriría a un músico. Significa un diálogo con el otro y con el público. Él encuentra una relación estrecha entre la libertad de la música y la libertad de la pintura abstracta. El sendero que dibujan los trazos, los materiales y los colores remiten a la composición, a los silencios y a las vehemencias que evocan el sentido abstracto de la música.

No le interesa  producir cuadros sueltos sino series. Para él, un solo cuadro resulta insuficiente cuando se trata de abordar temas complejos y profundos; por ello dedica vastas series a Vivaldi, Beethoven, Verdi, Wagner, Chopin, Pettersson, Grieg, Dvorak, Sibelius, Débussy, hasta llegar a Moncayo, Chávez,  Revueltas, Rodolfo Halffter, Mario Lavista, Ana Lara, los Beatles y Johnny Cash.
Además, prefiere los formatos grandes, pues necesita espacio para nadar. ”Prefiero ahogarme en el mar que en un charquito” asegura.

Nos referiremos ahora  a su obra en torno a la Sinfonía número 1 del bohemio austriaco Gustav Mahler (1860-1911), considerado uno de los mejores directores de ópera de la historia. Su genio musical lo llevó también a ser compositor  pero fue incomprendido en su época, para colmo resultó víctima del antisemitismo, al grado de ser catalogado como “artista degenerado” por los nazis junto a otros creadores judíos y vanguardistas que hoy se erigen como nombres indispensables en la historia del arte.  Fue casi  relegado al olvido, hasta que directores como Leonard Bernstein lo rescataron y contribuyeron a otorgarle el brillante lugar que ocupa en la historia de la música.  Recordemos también la inmortal película italo francesa  “Muerte en Venecia” (1971) de Luchino Visconti,  que se resume en una frase “Aquél que ha contemplado la belleza está condenado a seducirla o a morir”. En este clásico del cine la música de Mahler es protagónica por su hermosura, nitidez y complejidad, así como por su capacidad de crear una alegoría sobre el hombre solitario.
Por su parte, Manel Pujol pinta la serie “Titán, Sinfonía N 1 de Gustav Malher”, compuesta por 16 obras en técnica mixta y óleo de gran formato (medidas 12 de 100 x 150 cm y 4 de 150 x 150 cm sobre tela). 
La relación de Pujol con la música se traduce en pasión y energía desbordadas, así como en vigorosos trazos y salpicaduras sobre el  lienzo,  la materia,  la textura y  los colores exaltan las formas. De esta manera  se vuelca sobre con la exuberancia emocional  e imaginativa de una obra inspirada por la novela “Titán” y sobre todo por episodios autobiográficos de Mahler afectado por una pasión amorosa que al llegar a su triste final dejó su corazón en llamas. 

“Titán” es una novela  escrita hacia 1800 por el alemán Jean Paul, autor muy popular en su momento y hoy casi olvidado. Su lectura llevó al joven y romántico Mahler a identificarse con el héroe de este libro de más de mil páginas. En síntesis, la historia trata de Titán, quien vive la primavera de su existencia feliz y tranquila. Los contactos iniciales con el amor provocan en su corazón las primeras heridas. En un segundo momento su amor da frutos y lo vive intensamente. Al final sufre una cruel decepción, se desespera y siente que naufraga y agoniza. Hundido en el infierno acaba resucitando por la fuerza del amor, que lo conduce a la gloria del paraíso. En última instancia, la Sinfonía número 1 acaba remitiendo mucho más a la autobiografía de Mahler que al propio Titán.

M Pujol Baladas encuentra en el lienzo un soporte idóneo para comunicar sus sensaciones frente a la confesión de Mahler, sobre este período desgraciado de su juventud. De la misma manera, Mahler, pudo rebelarse contra el Creador por sus conflictos y vacilaciones interiores a través de la sinfonía.
Al emplear  distintas texturas e intensidades, trazos generosos y resueltos sobre grandes telas que reciben las salpicaduras, manchas y craquelados, M Pujol Baladas se entrega al sentimiento que le producen los cuatro movimientos de la Sinfonía número 1. Los dos primeros son idílicos y el tercero y el cuarto resultan trágicos. Dominan la espontaneidad, la libertad, el accidente y también el rigor para lograr esta expresión muy personal e insondable de pasión y sentimientos íntimos. 

La obra de M Pujol Baladas captura los rasgos esenciales del mundo emotivo y musical de Gustav Mahler: la ironía alternada con melancolía y tragedia; la pasión y la nostalgia por el tiempo pasado; la grandilocuencia marcada por la orquestación; los guiños a la infancia; la música popular de su región; las marchas y fanfarrias militares que conoció en su infancia y juventud.

A lo largo de su existencia, Manel Pujol  ha encontrado un motor y un impulso en la música, pero también en temas literarios y poéticos, en el erotismo, en el contraste entre el amor y el poder, en los aspectos sublimes y trágicos del ser humano. Su pintura es un espejo de sus propias reflexiones y estados de ánimo. Pero afirma que en el fondo él  ha pintado el sentimiento y la emoción que esto produce.

Su pasión por México, por su extraordinaria riqueza y diversidad cultural, por sus colores, olores y sabores, se refleja en la elección de varios temas. Cuando Manel Pujol pinta a México le rinde homenaje, pero la fuerza de  la tradición pictórica española y de la cultura catalana se mantiene vigorosa en sus pinceles y le confiere un sello personal inconfundible.

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