ESPACIOS DE ARTE, NOVIEMBRE, COLORES DE LA TIERRA CALIENTE

Colores de La Tierra Caliente
Del 17 de noviembre al 12 de diciembre 2017
Corredor Artístico José Chávez Morado
De 10:00 a 14:00 y de 15:00 a 18:00 hrs.
Evento inaugural 16 de noviembre 2017

Roxana Cervantes
Roxana Cervantes trasladó a esculturas referentes de su vida familiar en el Valle de Apatzingán en la región de Tierra Caliente en Michoacán, para generar una transposición abstracta de naturaleza y cultura, buscando detonar un extrañamiento de la denotación figurativa que abra paso a otras posibilidades de vida interna impulsadas por lo expresivo en sí.

Con arcillas recolectadas en distintas localidades de esas áreas, rememoradas en los nombres de las piezas, indagó en la técnica histórica de la cerámica Terra Sigillata, que separa por suspensión partículas más finas de las arcillas al mezclarlas con agua. Las artistas las aplicó como engobe a piezas y motivos escultóricos que realizó en sólida arcilla refractaria, experimentando gamas de acabados satinados, huellas sigilosas sutiles de su juego incansable con bruñidos, modelados, esgrafiados, tonalidades, tratamiento con agregados ácidos, alcalinos u óxidos y coloraciones manchadas por diversos manejos de temperaturas.

A través de partes que irradian en sí un total para transfigurar motivos de un proceso afectivo de memoria, Roxana Cervantes superpone módulos verticalmente y da continuidades cilíndricas con transiciones entre los materiales y sus intrínsecamente naturales, recordando la sobre posición monolítica de piedras para delimitar linderos.

Realidad y representación dialogan entre árboles de “palo de Brasil”, parota, higuera o “matapalo”, cueramo, ceiba y plantas cactáceas; empedrados y lajas rocosas y erosionadas del suelo del caminar de infancia en el geo clima árido de la región natal; chacuacas de avispas, estrías y texturas de iguanas amarillas; frases de sones y valonas, llaves y cuerdas de arpa de música que conversan con territorios.

Roxana Cervantes activa una categoría visual y táctil para reivindicar resonancias de una zona estigmatizada por imaginarios y hechos de peligro, violencia y actividades ilícitas, para que miremos que esta región michoacana de Tierra Caliente se sobrepone desde lo vital.
Eugenia Macías

¿Y qué, sino la tierra? 
Esa tenacidad que se compacta, que se luego se despeña, para después fundirse en sus adentros y resurgir en candente erupción, para emerger en rugosa serranía y ser luego peñasco y luego canto, mortero de sí misma: arena, gleba hendida, tolvanera entre las manos del viento, polvo infinitesimal que se cuela en tamiz del rayo del sol, cauce rendido en la añeja sentencia del retorno sin descanso que es la vida humana. Lodo fecundo, rehén que se ha entregado a la seducción del agua; y también barro, sí asiento del caudal que se ha empezado en el curso de los milenios, y que en su dócil diálogo con la mano del hombre se ha convertido en la metáfora misma de la creación, donde el fuego ha de poner el soplo redentor para que nazca la tablilla, la teja, el cuenco, la baldosa que con su colorada geometría parece desafiar el lento y largo curso de la tierra, y aspira a quedarse para siempre de una pieza.

Somos de la tierra, proverbial, materialmente. Ella nos arraiga en su entraña oscura y nos da de beber; el mismo sol que nos calienta e ilumina encuentra su morada en el tierno regazo del planeta, que así mismo nos alimenta, nos cobija y aguarda nuestro último latido, para seguir latiendo ella misma con la vida que fuimos, que hemos sido y que volvemos a ser gracias a su milagro material.

La tierra es nuestro suelo, en el gran continente que la oscuridad cósmica rodea, y en el pequeño rincón donde nacimos. Somos terráqueos terrestres, terrenos, y, con la suficiente fortuna, terracalenteños: el agua se nos cuela desde las altas cumbres, y brota en manantiales que bañan los portales en su creciente profusión. Sementera de ceibas y crecidas parotas, sesteamos bajo las anchas frondas y hendimos por el viento las aguadas espinas de nuestro verde ser. Se nos alzan las formas en carrera hasta el cielo, donde revolotea la persistencia de las avispas y el despeinado maizal se balancea. Aquel tronco robustos que se elevan es luego brazo, diapasón y banco  de arpa, clavija que se tiempla en el ajad ¡ay! de las valonas, ese que augura la tragedia que viene a dar en carcajada, al compás de violín y la guitarra de golpe.

La huella del agua en la tecata del suelo queda contrahecha en nuestra piel de iguana, de armadillo; en el sinuoso ascenso del cacto, en las oscuras líneas que forjan la firmeza del cueramo y el rojizo rigor de la parota. Nos invaden las raíces de la higuera en los mismos recodos de nuestro arbóreo ser, y nos rodea nuestra celosía de muro vegetal que hurga el vacío en busca de la tierra. Nudos, vetas, corazón que se teje y emerge nuevamente de la tierra, y que le ofrenda sus flores, sus hojas, sus semillas. Y ahí donde el sol se lanza en fieros rayos a procurar el mojado capricho de la arcilla. Roxana Cervantes ha buscado la materia prima para sus engobes, que ha cernido y aplicado en su figura que ascienden –como todo lo que sale de la tierra-, y que ha sintetizado aquellas formas de su Tierra Caliente natal que para ella son significativas: evocaciones y desbordamientos, conjunciones y mutaciones con las que busca remover y filtrar, para llegar a su estancia íntima de terracalenteña y aplicar en las piezas los colores con las arcillas que reunió en treinta lugares del Valle de Apatzingán: rojos, grises, aperlados, naranjas, cafés que el rigor del fuego y la paciencia de la artista han hecho emerger en estas diez esculturas bajo cuya corteza reposa el eterno ser de la tierra. 

En este bosque singular de cilindros escindidos que han forjado de días las manos de Roxana- y ante sus propios sueños, sus recuerdos, sus aspiraciones-, la escultura revela el efecto que la Tierra Caliente ha tenido en ella, como lo ha tenido también en cada forma vegetal, animal y mineral que asoma en estas columnas cuyos capitales hurgan el mismo cielo donde reina el sol; su origen, su destino está en el patente misterio de la tierra, que Roxana Cervantes revela a su manera, con el propio lenguaje que busca desentrañar, en busca de todo cuanto ella le permite evocar y sugerir. Cortes y prolongaciones, ensambles y transiciones que mustran la unidad y la diversidad de la Tierra Caliente, de la Tierra en sí. ¿Y qué sino la tierra?
Raúl Eduardo Gonzáles

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