ESPACIOS DE ARTE, OCTUBRE, ZUGZWANG

Zugzwang 
Galerías Hermenegildo Bustos y Polivalente 
Del 2 al 23 de octubre, 2016.

Una revisión de la colección Carlos Ashida
Curaduría Mónica Ashida

Carlos Ashida: coleccionista, galerista, curador
Baudelio Lara


Conocí a Carlos Ashida el 20 de noviembre de 1986, cuando su vida asomaba a la tercera década. A pesar de su juventud, por entonces era ya una figura respetada y un personaje central de la escena tapatía. Antes, invitado por José Luis Leal Sanabria, había sido el joven director de Artes Plásticas en el Departamento de Bellas Artes cuando esta instancia dependía de la Secretaría de Educación; posteriormente, cerrada su etapa como socio de la galería Clave, abrió su propio negocio, la galería C. A., ubicada en la avenida de La Paz, en Guadalajara.



Atrás había quedado su etapa de formación que incluyó, por supuesto, su paso por la Escuela de Arquitectura del ITESO, la cual, seguramente, debió también mucho de sus rasgos característicos a la influencia familiar y cultural representada por la inclinación al coleccionismo de su padre y de su abuelo, así como al estimulante lazo emocional e intelectual que lo unía a la familia Hartung-Ashida, integrada por su tía Beatriz, su esposo, Horst Hartung (uno de los artistas que Ignacio Díaz Morales invitó, junto con Mathias Goeritz, Bruno Cadore y Erik Coufal, a trabajar como docentes en Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara fundada en 1948), y especialmente, su prima Ana Hartung (Kuni), todos ellos arquitectos notables. 



Esta y otras circunstancias personales le permitieron consolidar de manera temprana su excepcional visión acerca del arte, pues tuvo la oportunidad de abrevar de manera directa y cercana de dos movimientos aparentemente contradictorios (en muchos sentidos aún vigentes), encarnados en la labor de las dos escuelas de arquitectura mencionadas.



Este dato es importante porque un aspecto distintivo de nuestra ciudad es el hecho de que las raíces de la producción y reproducción artística y cultural, en lo que se refiere a las tendencias renovadoras modernistas y contemporáneas, confluyeron de distintos modos y en diferentes grados con los caminos personales de diversos artistas que se formaron o tuvieron contacto con estas dos escuelas, fenómeno del cual Carlos fue sin duda un ejemplo destacado.


En este contexto general, para quienes lo conocimos de manera cercana puede llamar la atención el hecho de que su visión esencial, y sobre todo, su pasión por las manifestaciones artísticas, pareció no cambiar a lo largo de su trayectoria, es decir, que la perspectiva, los intereses y los valores que animaron su carrera de varias décadas parecieron ser siempre ellos y los mismos, sin mayor variación que una ampliación en la profundidad y la perspicacia que dan los años y la experiencia.

Sin duda, esta perspectiva esencial que lo caracterizó remite a un fenómeno complejo integrado por elementos que, vistos por separado, no revelaban su significado interior, y vistos en conjunto, muchas veces aparecían como ingredientes contradictorios. Así, por ejemplo, Carlos era una figura cosmopolita pero, al mismo tiempo, manifestó también una visión casi romántica, por entrañable, de arraigo local, representado por un sentido de comunidad muy peculiar, reservado en su expresión, pero perceptible en sus proyectos y en sus acciones.



Esta combinación entre variables aparentemente disímbolas, le permitió jugar un papel de puente entre la periferia y el centro, vale decir, entre la provincia y la capital, que supo anticipar la emergencia de los nuevos relatos artísticos que se prefiguraban aquí y allá de manera casi simultánea desde finales de los años ochenta. De ese modo, entendió claramente el sentido y los alcances de la globalización y las oportunidades que, para la formación de la visión del mundo y del arte de los bisoños y entusiastas artistas locales, proveían artefactos como el novedoso acceso a internet, las revistas y los libros de arte contemporáneo cada vez más asequibles, o las experiencias ilustrativas directas como Expoarte, la feria internacional de arte contemporáneo cuyo diseño y estructura se debe en gran parte a la mano de Ashida. 



Este temperamento, a la vez inteligente y apasionado, notorio e imperceptible (ocultó parsimoniosamente su pasión en la discreta mesura que lo caracterizaba) le permitió construir la imagen de figura señera del arte contemporáneo en México. Por ello, para algunos críticos sería sin duda sorprendente saber que también se interesó sin prejuicios ni ambages por el arte moderno, la cultura popular y diversas manifestaciones de la tradición artesanal, como la cerámica y el textil, además de ser voraz consumidor de música y literatura.


Un núcleo importante de ese temperamento fue el coleccionismo, un hilo conductor de su trayectoria, quizá opacado por él mismo en la medida que iba construyendo y perfilando los matices de su oficio, o mejor dicho, de sus oficios. Carlos Ashida fue coleccionista, promotor, galerista y curador, todas ellas actividades imbricadas en las que destacó con distinta importancia, en las que osciló funcionalmente en el transcurso de su vida profesional y a las que dedicó diversa energía. Como actividades paralelas, fueron vasos comunicantes; no obstante, lo reconocemos primordialmente por la curaduría, función que Carlos prefiguró y consolidó en esta parte del mundo cuando nadie, o muy pocos, comprendían la existencia y el desempeño de este papel en la escena del arte contemporáneo.

Como aspecto poco conocido de su vida, su afán coleccionista es interesante básicamente por dos motivos, uno de carácter interno y otro externo. En el primer dominio, el coleccionismo fue, como todos los coleccionistas saben, una pasión casi secreta de apropiación, más cercana a su papel como promotor y animador cultural que a su actuación como galerista, aunque ambas modalidades estuvieron presentes. En ese sentido, a Ashida le interesaba menos coleccionar la obra de un artista en particular que acercarse a una pieza específica. Aun en sus colecciones temáticas, como la cerámica, su motor, pareciera, no fue coleccionar un artista o un tema sino recopilar manifestaciones artísticas y temáticas peculiares que llamaban su atención. Por ello, pocas veces buscaba y la mayoría encontraba; su motivación básica, entonces, no fue el cálculo o la apropiación guiada, sino la curiosidad y el gusto.


Con el coleccionismo le interesaba apropiarse, más que de una obra deseada, del discurso que esta representaba, con lo cual, al mismo tiempo, sin duda articuló su propio discurso curatorial.

Este punto se vincula con el valor externo de la colección: su carácter historicista. Aunque seguramente se puede organizar la colección de diversos modos (por temas, por artistas, por sus diversos medios de ejecución), el guion más visible e interesante es sin duda el histórico. El hilo conductor más obvio, pero no por ello menos importante, es el tiempo del arte articulado en etapas y movimientos.


Como todo objeto social, una colección puede observarse como un conjunto de objetos artísticos con valor cultural que nos ofrece múltiples lecturas (esto es algo menos que una definición tautológica). Como suele suceder en estos casos, la obra de un personaje es iluminada por los avatares de su biografía y de su época. En este sentido, el estudio de la colección de Carlos Ashida, el desentrañamiento de las posibles razones que guiaron la adquisición de las piezas, es parte importante de los enigmas de su legado que es necesario recuperar. En este caso, derivada de su papel como actor y guionista curatorial de la escena artística local y nacional a partir de los años ochenta, otra lectura, no menos importante, se configura en las posibles maneras en que el conocimiento, la difusión y el análisis de la colección pueden iluminar esas etapas y movimientos para contribuir a comprender mejor el tiempo que al artista le tocó vivir.

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