ESPACIOS DE ARTE, 58 FERIA DEL LIBRO, LA MAGIA DE LA EFIGIE Y EL UNIVERSO DIÁFANO

La magia de la efigie y el universo diáfano
Del 08 al 18 de marzo, 2016
Galería Hermenegildo Bustos
Pintura de Hermenegildo Bustos
Colección Museo Regional Alhóndiga de Granaditas

La Universidad de Guanajuato inauguró el primer espacio formal para la exhibición del arte plástico en la ciudad de Guanajuato el 26 de marzo de 1956, bajo el nombre de Galería Hermenegildo Bustos, actualmente sigue funcionando como el espacio más importante y representativo en la región.
Hermenegildo Bustos: pintor de verdad
Por: Mauricio Vázquez González

…si se me pidiese definir con una sola palabra la impresión 
que me causan esos retratos, respondería sin vacilar: intensidad
Octavio Paz


En el año de 1989, en la entonces Dirección de Difusión Cultural de la Universidad de Guanajuato, organizamos el “Homenaje Universitario a Hermenegildo Bustos”, recordando una primera exhibición de 1956, en la que participó don Justino Fernández para abrir el espacio de exposiciones de la Universidad en la entrada principal del edificio central, sala que lleva por nombre desde entonces “Hermenegildo Bustos”, y que puede apreciarse en la placa de bronce alusiva, colocada en la entrada al recinto.

Para tal homenaje, incluimos una serie de conferencias en las que participaron el maestro pintor José Chávez Morado; el crítico de arte de origen portugués Antonio Rodríguez, autor del título Hermenegildo Bustos: pintor de verdad; la escritora y crítica Raquel Tibol —misma que había escrito por encargo de la antigua comisión editorial del gobierno del estado el libro Hermenegildo Bustos, pintor de pueblo, cuidado por el editor Gonzalo Andrade—, y el entonces director de artes plásticas del INBA Adrián Villagómez.

Contamos con la destacada presencia del gran museógrafo mexicano Fernando Gamboa, autor entre otras tantas cosas importantes y trascendentes para el arte mexicano, de la primera exposición del pintor guanajuatense en el Palacio de Bellas Artes a principio de la década de los cincuenta.  Asimismo, se insertó una selección de obras, retratos en su mayoría, incluidos los dos bodegones provenientes de las colecciones del Museo Regional Alhóndiga de Granaditas y del Instituto Nacional de Bellas Artes, para ser expuestas nuevamente en la sala universitaria, que con el nombre del pintor, homenajea al mejor retratista mexicano del siglo XIX, quien muestra las particularidades de sus coterráneos. Para la curaduría de la muestra, la museografía y el montaje de los cuadros, invitamos al museógrafo Jorge Guadarrama, alumno y compañero de Gamboa y encargado, desde entonces, del Museo Guadalupano de México. En ocasión de este enaltecimiento decidimos reimprimir en edición facsimilar el libro de 1956 de don Pascual Aceves Barajas titulado: Hermenegildo Bustos. Su vida y su obra, realizado en la decorosa y bien hecha imprenta universitaria.

A partir de este acto cultural universitario, el maestro José Chávez Morado gestionó con el Instituto Nacional de Bellas Artes, el que una parte importante del acervo pictórico de Bustos, en custodia del Museo de la Alhóndiga, pasara a manos del Museo del Pueblo; ambos museos promovidos por el muralista para beneficio de la infraestructura cultural de la ciudad.
Es en el siglo XX en que se descubre al retratista, y según nos cuenta Raquel Tibol: 

Fue el escritor y político Francisco Orozco Muñoz que se desempeñó como diplomático. En 1939, siendo embajador en Bélgica, mandó copiar en el taller de fotografía artística de J. D. Massot, en Bruselas, las dos fotografías tomadas a Bustos y su esposa por el cura Gil Palomares el martes 23 de abril de 1901. En cierto sentido fue la de Orozco por la pintura de Bustos una pasión secreta. Gozó su colección, mostró su colección, y hasta llegó a prestar algunas de las pinturas; pero siendo escritor nunca le dedicó una línea. 

En la primera exposición de Bellas Artes: 

Se lograron reunir 114 piezas. De estas, 100 eran óleos y el resto dibujos. La mayor parte procedía de la colección de Orozco Muñoz. Aceves Barajas prestó dieciocho pinturas, el pintor Luis García Guerrero otra, Fernando Gamboa —entonces subdirector del INBA y encargado del Departamento de Artes Plásticas— una más, y el propio Instituto puso la única pintura de su propiedad: el retrato de Joaquina Ríos de Bustos, donado al INBA por Roberto Montenegro. Antes de esta gran exposición (dirigida por Fernando Gamboa con la ayuda de Jesús R. Talavera, Antonio Díaz López y Berta Taracena), solo habían sido expuestas pocas obras de Bustos: el retrato de la esposa, su autorretrato, el retrato de un sacerdote, los bodegones y alguna más. 

Años más tarde durante un Festival Internacional Cervantino se presentó en el Museo Regional Alhóndiga de Granaditas la exposición “Hermenegildo Bustos. Una comunidad en Efigies”. La misma presentaba una colección de retratos al óleo de varios formatos expuestos en la sala que lleva su nombre. En esta exposición sobresalía una colección de dibujos —todos de mujeres— de excelente factura del pintor de Purísima. Hay que decir que en pocas pautas se exhiben dibujos a lápiz realizados por Bustos, tal vez bocetos, aunque su perfecta hechura rebasa este concepto y se convierten en auténticas obras hechas y derechas, con valor estético formal y plástico por sí solas. A propósito de esta producción de dibujos y dado que, en mi opinión, tienen el mismo valor artístico, conviene señalar que quizá sean también una forma pura y cuidada de alcanzar una profunda y extraña veracidad en el sentido en que lo señalaba el pintor español Ramón Gaya. Con tan original naturalismo, en el cual un rasgo facial, la mirada penetrante o el gesto breve y fugaz se eterniza prodigiosamente en un retrato: 

Se ve que al pintor de estos retratos no le importaba crear, es decir, formar algo con vida propia y única, sino que su ambición más alta era, tan solo [,] reflejar, trasladar, igualar eso que tenía delante de sí. Por lo tanto problemas de creación —digo problemas de creación y no de pintura para que nadie los confunda con problemas de tipo técnico—, problemas de creación artística [,] no existían para él. Todos sus problemas eran de atención, de observación, de exactitud, de fidelidad, de honradez. 

Es destacable y plausible el que se presenten los retratos, una vez más de Bustos, de las colecciones del propio Museo Regional Alhóndiga de Granaditas, del Museo del Pueblo y del Museo Nacional de Arte, sin embargo, es de notar que existieron en la curaduría dos ausencias muy destacadas; la primera, el propio autorretrato de don Hermenegildo, el que pintó para ver si podía, y la segunda, la pintura de su esposa Joaquina Ríos de Bustos, que a mi juicio es una de las representaciones más vibrantes, exquisitas y reveladoras del talante y del talento artístico del retratista. Y, dada la importancia de la obra del autor, de su trascendencia en el arte mexicano, ¿no valdría la pena un mejor diseño y propuesta museográfica?
Del conjunto de obras expuestas podemos señalar que se trató de una equilibrada muestra en su contenido y de sobrada presencia fina, particularmente por los dibujos colocados en una pequeña sala y bien dispuestos. Los rostros de Bustos son sencillos y naturales, nos representan como testimonio inmanente de las cataduras familiares guanajuatenses; de hecho a primera vista nos parece reconocer lazos conocidos de nuestros antepasados.
Los retratos en realidad nos retratan, nos ven en forma directa y señalan nuestra ubicación geográfica de vida afincada en los oficios, las vocaciones, las devociones y la naturaleza propia de la belleza humana, entendida por lo que realmente somos y dejamos ver en cada uno de ellos, con sus señas, su mirada, la cicatriz, el modito de vestir, en los tejidos y ejidos, en las localidades y los pueblos, en los ranchos y en los templos, en las salas y en las alas del rincón purísimo guanajuatí.
Para situar el papel relevante en el que Bustos fue ubicándose dentro del arte, conviene recordar la alocución del gran crítico Paul Westheim quien señalaba: 

Ante sus obras se tiene la impresión de que cada trabajo era para él nuevo e importante, de que nunca se atenía a método rutinario, sino que en cada caso procuraba copiar intensamente la auténtica e intransferible originalidad del rostro delante de él, de la vivencia de su alma. Nunca se repite, aunque viendo las cosas desde un punto de vista exterior, casi siempre pinta lo mismo: retratos, es decir, semblantes y figuras. Nunca deja de ser creador. Es lo que da a sus cuadros —en su mayoría de dimensiones pequeñas, casi todos aquellos pintados sobre lata— el valor permanente [...]

Existe pues una línea en su obra, con variantes muy sutiles, con acentos propios y recursos pictóricos, pero en general sus retratos forman un gran retrato de lo social y sus diferentes manifestaciones humanas, vista desde el ojo diáfano del hombre bueno que pintaba lo que veía sin más. Bustos no se copió, su trabajo es esforzado técnicamente y con profundidad sicológica. Su dibujo es sobresaliente y se puede ver en cada pincelada del rostro, cada personaje es un universo, complejo y monumental, es persona y pintura verdadera. Le interesaba reflejar no solo el rostro sino cosas más emblemáticas como el carácter o el estado de ánimo. Es distinto en cada obra, es el mismo en sus obras; sus recursos personales no son limitados, sus circunstancias sí. Sus pinturas como esbozos fundamentales de lo humano son un trazo cardinal de la personalidad y del signo interior del retratado, sus caras son espejo del estado mental de los personajes al momento de posar, no reproduce rostros sin historia, el retrato va con todo y carga psíquica. No es un retratista explicativo simplemente, además, es revelador del contenido y continente personal de sus figuras.
La metáfora del título “Pintor de Pueblo” y no Pintor del Pueblo como se consignó en el catálogo de Artes Visuales del FIC, es un acierto de la maestra Tibol, pues refleja, en sentido amplio, la capacidad sensible de Bustos por retratar (se), en cada una de las personas, a una sociedad de una región específica de México, con sus hábitos, nociones y fisonomías principales.
En muchos sentidos se ha querido explicar el conocimiento pictórico de Bustos, ¿dónde y con quién se formó este artista? Personalmente me gusta pensar que no hubo maestro capaz de enseñar a Hermenegildo, ¿cómo transferir a alguien la capacidad de pintar el soplo del semblante, la actitud íntima, el suspiro espiritual y la constitución del cuerpo?

Existen, sin embargo, algunas opiniones. Gonzalo Obregón sostuvo que “el más famoso discípulo de Herrera fue Hermenegildo Bustos”. J. Jesús Rodríguez Frausto apuntó a un camino distinto, en el que suponía que Bustos conoció al pintor jalapeño José Justo Montiel, dada la cercanía y el intercambio frecuente de Purísima del Rincón con la ciudad de León, Guanajuato, donde se ubicaba la academia de pintura del veracruzano. El maestro Enrique Florescano en su libro Espejo mexicano nos dice: “no existen documentos que prueben que Bustos contara con formación académica de algún tipo; todo indica que fue autodidacta. Bustos parece haber sido íntegramente autodidacta, a menos que creamos a historiadores y críticos guanajuatenses, alguno más imaginativo que otro, que han hablado de los estudios académicos que hizo con Juan N. Herrera, pintor cumplido, en la ciudad de León”.
En su ensayo de 1985 “Yo, pintor, indio de este pueblo: Hermenegildo Bustos”, Octavio Paz opone tres razones para negar los dudosos estudios: la primera, la falta de documentos; la segunda, que desde las primeras obras hasta las últimas los retratos son notables, pero “hay torpeza en las figuras y los fondos así como el trazado inhábil de las perspectivas”. 

En efecto, hablamos del más destacado artista guanajuatense del retrato cuya resonancia internacional es palpable y su calidad es indiscutible. Me pregunto entonces, si en efecto, ¿no valdría la pena que en una próxima exposición de la obra bustiana, en el marco del Festival Internacional Cervantino, se buscaran más cuadros —para ampliar y mejorar el discurso de una futura curaduría— de otras colecciones, como por ejemplo la del entendido colector Andrés Blaisten y la del Museo Soumaya? Nos dice también Octavio Paz que: “El caso de Bustos tiene algo de milagroso: aislado en un pueblo perdido de Guanajuato, rodeado de una pequeña sociedad rústica y tradicional, entregada a sus placeres y devociones (el Diablo y la Iglesia), logró por sí solo recrear el gran arte del retrato”.  
Después de aquel homenaje universitario de 1989, en un artículo publicado por la maestra Raquel Tibol en la sección cultural de la revista Proceso el mismo año, nos recomendaba realizar una nueva exposición de la labor de Bustos, pero de los retratos y obras que no habían sido expuestas, que seguramente se encontraban en las casas de familias guanajuatenses de León, Purísima y San Francisco. Hoy se mantiene vigente la propuesta de la crítica y esa deuda con el pintor.

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